• Me río en la plaza

    Escenario dónde cómicos ambulantes hacen de la suyas.    

    Los cómicos de la calle intentan, a pesar de sus
    penurias, sacarnos una sonrisa que le ayude a comer
    Los sábados por la noche, la Plaza de Armas de Trujillo se convierte en un ring de la risa. Campean los golpes, pero de felicidad. Es que muchas veces solo los golpes emocionales pueden arrancarnos de la rutina y de lo agobiante de la realidad. En el parque principal de la ciudad son tantos los porrazos apasionados que es una obligación detenerse para escapar, para luchar contra los problemas, para mitigar la realidad, para, simplemente, reír.

    Es que reír no es sólo cuestión de estirar las mejillas y ya, reírse es una función biológica necesaria para mantener un bienestar físico y mental, una hermosa ventana para relajarse, para desarrollar nuestra capacidad de sentir, de querer, de llegar al silencio, a la imaginación, todo esto utilizando esta alternativa más conocida como risoterapia.

    Jorge, José y Carlos son cómicos ambulantes. Aunque muchos los critican por su apariencia física,  se ganan la vida de manera distinta. Con un vocabulario muy particular y una capacidad para improvisar con cualquier elemento, desatan la risa de cualquiera.

    La clave de todo es no mirar el pasado, dicen. Un pasado que quizás no haya sido bueno. Un pasado que arrastra las marcas de cada uno de ellos y que la sociedad, que tanto se preocupa en juzgar, lo percibe rápidamente. “Muchas veces nos juzgan por lo que hicimos en el pasado. La gente se arrepiente a lo largo de su vida. Nosotros, ¿por qué no podemos hacerlo?, porque somos pobres, seguramente; pero eso es criticar nuestro pasado, ahora vemos para adelante. Las críticas que recibimos sólo nos alimentan para seguir de pie” dice Jorge Huamán, más conocido como “Coquito”.
    La sociedad mira con malos ojos a los trabajos en la calle. Allí está la prostitución, allí están los ambulantes, allí está la venta de drogas, allí está, lamentablemente, el oficio de hacer reír a la gente.
    Ellos se ganan la vida de esa manera y la gente los premia con aplausos, que aunque son agradecidos, no es suficiente. Los cómicos necesitan llevar a casa un plato de comida y para ello piden la “voluntad” de los asistentes o venden  algunos productos. “Somos trabajadores que no tenemos profesión, pero que damos algo magnifico a cambio de unos cuantos centavos. Ofrecemos una sonrisa y muchas veces carcajadas. Lo que nos molesta es que la gente apenas escucha que pasaremos por ellos para que nos apoyen se retira. Siempre le decimos que no se vayan, que también nos están apoyando con su presencia”, cuenta  José Huamán.
    La función comienza  a las 10 de la noche. A paso lento y con la mirada al frente, llegan al rincón de la plaza y empiezan a armar el escenario, como instinto, los transeúntes del lugar comienzan a reunirse, los serenos se acercan y conversan de “negocios”, luego se retiran y comienza el espectáculo. Todos están invitados a la zona vip. Chistes, bailes y piruetas son parte de la antesala. Luego aparecen las marionetas, esas que cobran vida de la mano de José Huamán, más conocido como “Pepito”. Los muñecos se echan cuatro bailecitos y es suficiente para que todos rían y se contagien y quiera ver más.
    Sin darse cuenta, el espacio de la risa está abarrotado, parejas de enamorados, señores, niños y hasta los vendedores de golosinas disfrutan del espectáculo.
    Aparece ‘Coquito’, el más alegre, sin duda. Su principal objetivo es hacer reír a la gente, siempre lo cumple. Es el primero que hace participar a la gente. Su empatía es única. Todos ríen. Comentan que es muy bueno, hasta que debería estar en la televisión. Lo que no saben es que “Coquito” tiene un pasado que quiere olvidar: es un exrecluso del penal El Milagro. Por sus errores no puede conseguir trabajo, su físico tiene las marcas de su paso por la cárcel. En sus show, no comenta nada de su pasado para que los sigan apoyando.

    El espectáculo está a punto de terminar y nadie se ha movido de su lugar, la terapia va haciendo efecto y todos ya han reído lo suficiente, aún así, quieren ver más.
    Es aquí donde entra Carlos, él no está solo, tiene a su hijo de apenas 7 años, y juntos enseñan algunas prácticas de defensa personal. Él no hace reír a la gente, como los otros, pero te enseña cómo defenderte y como cuidar tu cuerpo de la manera más natural, evitando calambres, fisuras, contracciones musculares, etc. Su función dura media hora y es suficiente para que sus espectadores se animen a comprar las frotaciones que vende.

    Son las 12:30 de la noche. La función ha terminado y todos están por retirarse con una sonrisa y con el gusto de haber visto tremendo espectáculo. Los tres cómicos se despiden de sus seguidores con una frase que quizás, parezca más un reproche.

    “No nos confundan, por favor. No somos malos, nosotros te regalamos más de una sonrisa. Ustedes regálennos lo que les pueda sobrar en el bolsillo. No nos discriminen, no miren nuestras espaldas, miren nuestras sonrisas,  ayúdennos a tener una vida digna, no somos delincuentes, somos seres humanos”. 


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